Habían transcurrido dos años desde que Antonio Esfumado estaba en situación de busca y captura y seguía sin saberse nada sobre su paradero.
Parecía que se lo había tragado la tierra.
La policía hacia todo lo que buenamente podía, pero de Antonio no había rastro alguno: Ni domicilio conocido, ni cartilla de la SS, ni tarjetas de crédito, ni cuentas corrientes, ni seguro alguno. Tampoco se encontraron pernoctaciones en hoteles o pensiones, ni multas de tráfico…y para colmo; no se encontró rastro alguno que delatara su presencia en las redes sociales.
Nada de nada. Se había vaporizado sin dejar traza alguna.
Se lo habrá tragado una ballena, como a Jonás —comentaba el graciosillo del departamento policial.
Su peculiar expediente intrigaba a los miembros del cuerpo nacional de policía encargados de su busca y captura.
Ocasionalmente, el juez encargado del caso enviaba un oficio a la jefatura de policía interesándose por el estado de la búsqueda del Esfumado. Así lo nombraba el juez en sus escritos
La policía informaba al juez de que no había novedades, pero en vez de referirse al desaparecido por su apellido, preferían utilizar el apodo del Escurrido. Les parecía más representativo.
En el departamento policial hacía mucho tiempo que no se topaban con un caso parecido. Tan solo podían recordar el caso de Luis Fuerte, un personaje siniestro, acusado de dos asesinatos y que también había desaparecido dejando un vacío absoluto a su alrededor durante varios años, siendo esta circunstancia —sospechaban muchos miembros del departamento—el motivo de los graves daños psicológicos que sufrió el inspector encargado de su captura, que terminó obsesionado con la búsqueda y, finalmente, dio con sus huesos en el departamento de salud mental del departamento central de la policía.
Pero aquel caso fue distinto y Luis Fuerte apareció un día por pura chiripa.
El caso de Luis Fuerte se resolvió por una combinación de extrañas circunstancias.
Resultó que una familia había pedido, por motivos que ahora no vienen al caso, la exhumación de un miembro de la familia y el hecho destapó una apoteósica metedura de pata de los servicios funerarios.
El cadáver exhumado no correspondía al miembro de la familia sepultado y después de múltiples y complejas diligencias se descubrió que el okupa de la tumba era el tal Luis Fuertes, desaparecido varios años atrás.
Pero con Antonio Esfumado no había habido suerte. No aparecía ni vivo ni muerto.
La búsqueda de Antonio se había iniciado dos años atrás, cuando el cadáver de su antigua pareja, Lola María, apareció muerta en el interior de una cueva localizada en lo más recóndito de los montes de Cantabria.
El reconocimiento del cadáver no fue nada sencillo, porque los informes forenses situaron el momento de la muerte 2 años antes del avistamiento del cadáver de la infortunada Lola María.
El motivo de la muerte había sido a consecuencia de las múltiples heridas producidas por un arma blanca de considerables dimensiones.
Las sospechas recayeron de inmediato en Antonio Esfumado, pero las primeras pesquisas realizadas en el lugar que vivía, dieron como resultado que la pareja había abandonado el lugar hacía ya cuatro años sin que nadie los hubiera echado en falta hasta la fecha.
Habían comunicado a los vecinos que emigraban a Canadá para labrarse un futuro mejor del que les esperaba en España.
Se dictó la busca y captura de Antonio.
Los casos como los de Antonio Esfumado, suelen generar controversia y expectación en el seno de la policía, dando lugar a un sinfín de cábalas y especulaciones.—Este fulano la ha palmao. Os lo digo yo —opinaba un inspector mientras almorzaba con sus compañeros en la cafetería de la unidad.
—Este se piró imitando a Antonio Anglés —Calculaba otro mientas se mordía una uña después de que otro inspector sacara a relucir el caso.
—Pues yo conozco a un escritor que pretende escribir un thriller, con mucha intriga y mucho suspense, sobre el caso del Antonio —explicaba un tercero, aclarando, que va a ser él quien asesore al literato durante el tiempo que dure el proyecto.
—Esto es muy, muy extraño —razonaba el Inspector Buenafuente en el despacho del jefe que lo había hecho llamar para ponerle al corriente de los detalles del caso.
Y mientras la vida seguía corriendo, Antonio Esfumado no emitía señal alguna. Ni desde la vida ni desde la muerte.
Sencillamente, era desesperante.
El inspector Buenafuente, recién aterrizado en el caso del esfumado, apareció un día por el barrio donde había vivido la pareja y se entretuvo una mañana en interrogar al vecindario.
—Casi no recuerdo nada —declaraba un vecino que había vivido en el mismo portal que la pareja—Parecían normales; iban, venían, y esas cosas. No se metían con nadie y parecían buena gente. Buenos días, buenas tardes y hasta luego —continuaba el vecino, muy interesado, trasladando valiosos datos al inspector.
—Oiga —interrogó de pronto el vecino— ¿por qué los buscan? ¿No será por terrorismo, ¿verdad? . Uno nunca sabe…En el piso cuarto vive un fulano que sospecho se trae algo entre manos. Nunca mira de frente, ni saluda, ni dice una palabra…y lo más sospechoso de todo es que recibe muchos paquetes de Amazon. ¿Qué le parece? —terminó el vecino que quedó a la espera de la opinión del policía.
—Gracias por todo —comentó asqueado el inspector mientras levantaba el vuelo.
—¡Espere, inspector! . ¿Es que no va usted a subir al cuarto piso para investigar al individuo ese? —clamó con un gesto de fastidio el informante, viendo como el inspector le daba la espalda y se alejaba a toda prisa.
Buenafuente dio por perdida la mañana cuando después de haber interrogado a cinco vecinos del barrio, y no habiendo conseguido ninguna información relevante, decidió abandonar la zona, no sin antes haber prometido investigar las cinco sospechas de terrorismo que los distintos vecinos le habían puesto de manifiesto.
—¡Como está el barrio! Que digo…el mundo, ¡cómo está el mundo! —comentó para sí y en voz alta el inspector mientras introducía las llaves en el contacto de su coche y se largaba de allí como si le persiguiera la policía.
—¿Cómo ha ido la mañana? —le requirió el inspector jefe, dirigiéndose con gesto afable al inspector Buenafuente?
—¡Bien señor, me ha ido de muerte!, ya disponemos de cinco nuevos casos de terrorismo para investigar. ¡No nos podemos quejar!
El inspector jefe miró de soslayo a Buenafuente, saco un par de vasos del cajón de su mesa, sirvió unos sorbos de wiski y le invitó a brindar por el éxito de la futura campaña antiterrorista, cuyos sospechosos crecían día a día de manera descontrolada.
Unos días después, una llamada anónima, atendida por Buenafuente aportó, sobre el caso de Antonio Esfumado, una información rocambolesca y descabellada, pero el inspector, siempre atento percibió un detalle inconexo que le hizo reflexionar.?.
Al inspector el asunto le llamó poderosamente la atención y decidió que merecía la pena dedicar algún tiempo a investigar el nuevo rastro.
Y el olfato tampoco le falló esta vez
Cuatro meses después el asunto había sido completamente esclarecido y era objeto de todo tipo de opiniones y comentarios en la comisaria general
De todos modos, —concluyeron— ellos habían terminado su trabajo y ahora le tocaba al juez hacer el suyo.
El juicio dio comienzo en la fecha señalada y la sala se hallaba abarrotada de público, destacando entre el gentío, una nube de periodistas que esperaban sacar tajada de un acontecimiento tan singular como el que estaba a punto de comenzar en aquellos momentos.
Era la primera vez que tenía lugar una causa judicial con aquellos ingredientes y nadie estaba dispuesto a perdérsela.
Los funcionarios del juzgado número seis, confesaban sorprendidos a los periodistas que nunca habían presenciado una avalancha de público como la actual, hasta el punto que tuvieron que pedir refuerzos policiales.
Sin embargo, analizando los hechos, no parecía que la seguridad de nadie estuviese en peligro en aquel lugar.
El juicio tenía lugar en ausencia del acusado, que, por razones estrictamente jurídicas, no pudo asistir por la simple razón de que era inexistente.
El banquillo de los acusados permanecía extrañamente vacío.
Como único testigo en la causa figuraba una tal Manuela, que mantenía el apellido de Esfumado; el mismo que tenía antes de haber cambiado legalmente de género, habiendo cumplido con todos los requisitos legales para la obtención de la nueva identidad.
Antonia era una mujer joven y de buen ver.
Alta, media 1,78. Era morena y lucia una linda y sedosa melena recortada a la altura de los hombros, unos pendientes de aro muy juguetones, unos enormes ojos negros a los que se acoplaban unas largas pestañas postizas bien armadas y remataba el atuendo con un atrevido vestido rojo que dejaba ver unas piernas bien torneadas y e insinuaba la presencia de unos pechos, grandes, bien formados y juveniles.
El juez parecía hipnotizado y no le quitaba la vista de encima, mientras ella, con descaro, y tapándose la boca con la palma de la mano, cuchicheaba, Dios sabe el que, con el abogado que había contratado para que la preparara para el interrogatorio al que iba a ser sometida.
De hecho, la cuestión era muy sencilla y así se lo había indicado el abogado que contrató.
— El fiscal va a tratar por todos los medios de que abandones la silla de los testigos y pases a ocupar el banquillo de los acusados. Pretende que vuelvas a ser Antonio y respondas por la muerte de Lola María —Le repitió una y mil veces el abogado— pero si sigues al pie de la letra mis instrucciones, entrarás y saldrás de la sede judicial en calidad de testigo.
— Estoy lista — le replicó Antonia muy segura de sí misma.
El juez abrió la sesión dando cuenta de la situación en que se encontraba el procedimiento judicial y la situación del procesado el cual se hallaba ausente de la sala porque jurídicamente no existía, aunque físicamente podríamos afirmar que está entre nosotros, aunque este hecho —manifestó su señoría dirigiendo una significativa mirada a la testigo— sea jurídicamente irrelevante.
El juez, con voz monótona, todavía se extendió un buen rato dando cuenta de la compleja y singular afectación jurídica que envolvía el caso, y para terminar se dirigió a los miembros del jurado, advirtiéndoles —utilizando un tono que pretendía ser pedagógico, pero que sonaba amenazador—´que de ninguna de las maneras se podía identificar a la testigo Antonia Esfumado, aquí presente, con la persona esfumada del banquillo de los acusados. Quiero que esto quede claro —remató su señoría después de una breve pausa y de arrastrar su mirada por el estrado donde sentados y desconcertados, permanecían los miembros del jurado.
Y cuando parecía que había finalizado con las instrucciones dirigidas al jurado y ya se disponía a reanudar la sesión, y espoleado por dios sabe qué, se volvió de nuevo hacia ellos y les ilustró.
—Ya sé que ustedes no dominan el álgebra de Bool, pero el encausado y la testigo son dos realidades jurídicas diferenciadas e independientes y por lo tanto, ambas forman un conjunto disjunto sin elemento alguno que compartir —concluyó en un tono solemne su señoría
Finalmente se reanudó el desarrollo de la causa.
—Se insta al acusado a ocupar el banquillo de los acusados—Ordenó el juez con desgana y sin levantar la vista de los papeles que parecía ordenar en ese momento.
—El acusado no existe —puso de manifiesto el abogado de oficio que le habían asignado al encausado—. A pesar de ello, yo estoy aquí para defender los intereses de mi representado, que como todos ustedes conocen, no es otro que la persona que hoy no se sienta en el banquillo de los acusados.
—El verdadero acusado y responsable del asesinato de Lola María, está en esta sala y todos nosotros sabemos quién es—tronó descompuesto el fiscal, dirigiendo su mirada hacia el lugar que ocupaban los miembros del jurado, y su dedo acusador hacia la silla que ocupaba, impasible, la testigo.
—Le recuerdo señor fiscal —comenzó diciendo el abogado defensor— que en este país se tiene por costumbre juzgar a la persona que se sienta en el banquillo de los acusados. Y por cierto; ¿a quien ve usted sentado en ese banquillo? —agregó apuntando con el dedo hacia el banco vacío. ¡Yo no veo a nadie! ¿Y ustedes? —preguntó dirigiéndose a los miembros del jurado.
—De todos modos. No renuncio a interrogar al culpable —insistió el fiscal posando su mirada sobre la testigo.
—Puede usted comenzar cuando desee —concedió el abogado defensor indicando con un gesto el solitario banquillo de los acusados.
—Señoría —solicitó el fiscal—pido que la testigo aquí presente pase a ocupar el banquillo de los acusados.
—No siga por ese camino —le recriminó el juez—Puede usted preguntar al acusado, pero según tengo entendido, el banquillo es de madera y probablemente no le va a contestar.
—¿Se llama usted Antonio Esfumado? —preguntó el fiscal al banquillo a pesar de la anterior aclaración que el juez le había hecho.
—Le respondo en nombre de mi defendido —intervino el defensor del acusado—Efectivamente, me llamo así, pero le aclaro que no sé quién soy por el simple hecho de que el formulario jurídico no reconoce mi existencia.
—Insisto —tronó amenazante el fiscal—Antonia Esfumado, la llamada como testigo y aquí presente, es la persona que asesinó a su pareja, Lola María, apuñalándola hasta causarle la muerte, hace ahora casi cinco años.
—No es cierto — le corrigió el defensor—Antonia Esfumado nunca tuvo una pareja del género femenino y su ficha policial esta más limpia que una superficie desinfectada con una solución anti Covid´-19.
—Entonces, dígame —preguntó el fiscal dirigiéndose al jurado—si el encausado es un ente inexistente y Antonia Esfumado no ha asesinado a Lola María, ¿deberíamos suponer que a la victima la cosió a puñaladas el mismísimo Hannibal Lester?
—Podría ser —concedió el abogado defensor—Si logra sentar en el banquillo a ese tal Hannibal al que se ha referido, yo alcanzaré la cima como abogado defensor y ustedes, los periodistas —dijo en son triunfante dirigiéndose al público que abarrotaba la sala—¿volverían a acudir en masa a esta sala de juicios?
Una unánime algarabía explotó en un Siiiiii en la sala y su señoría tuvo que hacer uso del del mazo de orden, golpeándolo con saña, para que la sala recobrara la decencia y la cordura perdidas
Se suspende la sesión hasta mañana —comunicó ofuscado el juez a los presentes en la sala.
Alas nueve de la mañana del día siguiente, se reanudó la sesión cuando el fiscal llamó a declarar a la testigo Antonia Esfumado.
—¿Su nombre es Manuel Esfumado? —comenzó preguntando el fiscal con gesto altanero.
—No, mi nombre es Manuela Esfumado —respondió ella, muy serena y recalcando la a de Manuela
—Entonces, dígame. ¿Cuándo ha sido usted Manuel Esfumado? —siguió el fiscal dirigiéndole una mirada incisiva.
—Nunca, toda mi vida he sido y soy Ma-nu-e-la —deletreó la interpelada.
—Bien, entonces podrá usted demostrarlo ¿es así? —la retó con una media sonrisa en el rostro.
—Claro —dejó caer casualmente la testigo mientras extraía de su bolso un objeto y un ujier se lo entregaba al fiscal que, al recogerlo, puso cara de póker mientras le daba un rápido vistazo por ambas caras.
—¿Cuál es la naturaleza de ese objeto? —Se intereso el juez.
—Es un carnet de identidad, señoría—respondió el fiscal de mala gana.
—En ese caso, —intervino de nuevo el juez— y a efectos pertinentes, léale a los miembros del jurado el contenido de la prueba aportada por la testigo. En primer lugar —continuó el juez—nombre y apellidos.
—Manuela Esfumado Villadiego — leyó con cautela el fiscal.
—¿Fecha de nacimiento? —continuó el señor juez.
—24 de enero de 1993 —apuntó el fiscal con una mueca de fastidio en el semblante.
—Según lo que acabamos de oír, usted, Manuela, tiene en la actualidad 28 años. Corríjame si estoy equivocado —opinó el juez.
—efectivamente, señoría. He cumplido los 28 el pasado diciembre.
—Pero usted — intervino el fiscal mientras le devolvía el DNI a la testigo—ha sido Manuel antes de transmutarse en Manuela.
—Negativo —respondió muy ofendida la testigo— usted mismo acaba de ver mi DNI, y de todas las maneras, el tal Manuel no existe y no hay rastro jurídico de su existencia, por lo que deduzco que nunca he podido ser algo que por definición es inexistente. ¿No cree usted? —remató muy lógica la testigo.
El fiscal parecía derrotado y permaneció unos momentos cabizbajos y mirando el suelo, y de pronto, como si hubiera ingerido tres Red Bull de un solo trago, resucitó de su marasmo y muy animado, interrogó con ademán triunfante a la testigo.
—¿Dispone usted de teléfono móvil?
—No, no dispongo de teléfono móvil —respondió extrañada la testigo.
—Entonces…ese móvil que reposa sobre su mesa ¿a quién pertenece? —demandó el fiscal recreando una mirada ilustrativa con los miembros del jurado.
—Teóricamente, pertenece a Manuel Esfumado, pero como usted bien sabe, como el tal Manuel no existe, el teléfono podría pertenecer a cualquier. Contestó la testigo con una actitud tal, que parecía salir al rescate del fiscal.
—¿De su contestación podría inferirse que el teléfono que reposa sobre su mesa está a nombre de Antonio Esfumado? —requirió el fiscal esperanzado.
—Así es —afirmó Manuela, que continuó diciendo—pero quiero que sepa usted que he formulado la correspondiente reclamación a la compañía telefónica por cargar a mi cuenta corriente los recibos pertenecientes a un desconocido. En el curso de la reclamación he aportado toda la documentación que la compañía me solicitó.
—¿Podría este tribunal conocer la respuesta de la compañía a su reclamación, si es que ha existido tal reclamación? —preguntó el fiscal que por fin sabia que pisaba terreno firme.
—Desde luego —repuso la testigo que le alargó un documento al ujier para ser entregado .al señor fiscal.
—¿Nos puede ilustrar? —reclamó el señor juez con voz cansada.
El fiscal comenzó a dar lectura al documento y a medida que avanzaba en la lectura su rostro adquiría un tono semejante al que presentan las aceitunas verdes.
La compañía telefónica en el escrito, se disculpaba por el error cometido, le comunicaba a Antonia que los próximos días le ingresaría en su cuenta los 3756,23 euros cobrados indebidamente y, aunque sabían que el hecho no podía resarcir el daño causado, le ofrecían, a modo de compensación simbólica, una subscripción gratuita, por el periodo de un año, a la tarifa fusión con la máxima velocidad, y datos ilimitados en llamadas y datos.
El AUTOR NO DESEA SEGUIR CON EL RELATO e invita a los lectores a participar activamente, escribiendo escenas y situaciones que le den continuidad a esta disparatada historia.
Prometo publicar en mi web, en la medida de mis posibilidades, el relato ampliado con las aportaciones que reciba, incluyendo el nombre, datos y enlaces de los autores. El relato, con las últimas actualizaciones, podrá visualizarse en la web y también podrá descargarse libremente, sin coste alguno, siempre que el hecho no tenga fines comerciales.
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Aclaración del autor
Lo anterior es una simple parodia y de ella en ningún caso debe deducirse que el autor es contrario a una política responsable para solucionar los casos de aquellas personas que, justamente, requieran, por sus especiales circunstancias biológicas o psicológicas, de una nueva categorización de género, en concordancia con las legislaciones que están en vigor en los países democráticos de nuestro entorno.
Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con el borrador de ley que ha hecho publico el ministerio de igualdad, donde, a mi juicio, se juega irresponsablemente con las decisiones que pudieran tomar, unilateralmente, los menores de edad sobre estas mismas cuestiones.
Espero que el borrador sea adecuado en el parlamento, a los usos y costumbres que imperan en nuestros países vecinos.
Para que luego digan que una trama judicial no puede ser kafkiana.
Muchas tramas judiciales superan las expectativas de un texto de Kafka.