Recorriendo el camino de la vida, a menudo, nos encontramos con las islas de las alegrías, de las penas, de las inciertas certezas y de las inesperadas sorpresas.
Y, a veces, las sorpresas se escriben con letra mayúscula.
Quién más y quién menos hemos descubierto, un mal día, que aquel amigo o amiga del alma, aquella alma gemela, aquel ser atento; amable, generoso, fiable y sobre todo normal, muy normal, escondía en lo más profundo de su alma una copia grotesca y deformada que suplantaba su personalidad original y nos sumía en la incertidumbre y la zozobra.
En realidad, ¿Quién era aquel tipo?
Para empezar, le vamos a retirar el título de amigo y le endosaremos el de tipo, que es más genérico e irregular.
Es más que probable que alguno de los lectores se sienta identificado con esta problemática y haya sufrido en primera persona algún desengaño inesperado a manos de algún amigo… o tipo querido.
Unos recordarán, sin entusiasmo alguno, a aquel compañero inseparable al que un día se le prestaron 5000 € y desde entonces, si te he visto no me acuerdo.
Más duro será el caso de aquel amigo, casi hermano, que venía a menudo a nuestra casa, nos ayudaba en el bricolaje —tenía buenas manos—, jugaba con la perrita Macarena, sacaba la basura y hasta cocinaba de vez en cuando.
Hasta aquí todo normal: Era uno más de la familia.
Efectivamente, descubrimos que era uno más de la familia el día que, al adelantar un viaje de regreso de Estocolmo, lo encontramos yaciendo en la cama al lado de nuestra querida mujer que, como ustedes todos suponen, sorprendida, balbuceó aquello que se suele decir en estos casos: esto no es lo que parece…
Lo que a mí me aconteció es difícil de creer, pero les puedo jurar qué sucedió tal como se lo cuento.
Jamás me pude imaginar que Marcial, aquel amigo fiel, simpático, jovial, abogado emprendedor de éxito y rey de nuestra pandilla, pudiera convertirse, de la noche a la mañana, en un deformado y monstruoso personaje, para el cual la vida humana carecía de valor alguno y la existencia se limitaba, casi en exclusiva, a participar y competir en un incomprensible juego macabro y pavoroso.
Les voy a contar la delirante historia de mi amigo, mejor dicho, ex amigo, Marcial.
Un tipo difícil de catalogar.
Ya han transcurrido más de seis años desde aquella endiablada noche en que todos estábamos reunidos —al decir todos, me estoy refiriendo a Luis, Ana, Rosa, Amparo, Marcial, y el que esto escribe— en el espléndido apartamento que Marcial posee al final de la calle Claudio Coello, en el distrito de Salamanca de Madrid.
Era apenas la 1:00 de la madrugada y ya habíamos dado cuenta de tres o cuatro gin tonics por cabeza.
Los problemas se habían desvanecido y las alegrías y los vapores saturaban la reunión.
Habíamos despachado, asqueados, la omnipresente actualidad política, para adentrarnos posteriormente en un debate, donde el feminismo era el eje maestro de la discusión.
Apenas dimos cuenta del cuarto gin tonic, acometimos decididos una sonada discusión sobre los temas del amor, el desamor, los sentimientos, las relaciones hombre-mujer y todas esas cosas
Cuando terminamos, sin ponernos de acuerdo, naturalmente, nos quedamos en silencio mirándonos tontamente unos a los otros como si acabáramos de conocernos en ese preciso momento.
—Os propongo un juego —sugirió Marcial intentando diluir el opresivo silencio.
—A ver qué jueguecito nos propones —refunfuñó Ana precavida.
Ana era una doctora que trabajaba en el Hospital Quirón de Madrid y ejercía como una reputada experta en el tratamiento de aquellas intoxicaciones graves causadas por agentes químicos complejos raros.
—Sí, a ver —suspiró Rosa— tus ocurrencias no siempre son las más oportunas y graciosas.
—Esta vez mi propuesta triunfará —acertó a decir Marcial levantando el vaso y proponiendo, eufórico, un brindis colectivo.
—Se trata de un juego —continuó relatando Marcial— capaz de poner de manifiesto el grado de creatividad e ingenio de cada uno de nosotros. Está de moda en el mundo anglosajón e incluso alguna reputada universidad lo ha avalado como cauce adecuado para relajarse y dar salida a las tensiones de agresividad que padecemos los humanos. Al mismo tiempo, el juego nos reta a exprimir nuestra imaginación creativa. El juego, —hizo un alto en la exposición para imprimir a su propuesta un aire de misterio y crear un cierto clima de expectación.
—El juego, repito, nos plantea a cada uno de nosotros una insólita y única cuestión: Encontrar la fórmula ganadora que nos permite cometer el crimen perfecto. Esa es la cuestión. —soltó de corrido Marcial ensayando una sonrisa irónica y exhibiendo unos ojillos achinados que dejaban traslucir una inquietante y desconcertante actitud.
Para no alargarme mucho más en la descripción de esta escena, les resumo, amables lectores, el resultado final de la misma.
Al principio, todos participamos en el juego remolones y desganados.
Paulatinamente, el cotarro se fue animando. — ya íbamos por el quinto o sexto gin tonic y todos nos implicábamos, en medio de un jolgorio de gritos y risas, tratando de dar, cada uno de nosotros, con la fórmula mágica de nuestro crimen perfecto.
Ana nos sorprendió con su sabiduría y elocuencia y decidimos, por unanimidad, elegirla reina de la fiesta.
—El crimen perfecto —comenzó diciendo Ana—se puede practicar sin temor alguno a ser descubierto, administrándole a la víctima una combinación de … —Ana enumeró de un tirón una secuencia de 4 sustancias químicas, de nombres enrevesados, que terminaban todas ellas con la frase…”natos”.
Está combinación —explico Ana con docta sapiencia—, no se puede detectar en el cuerpo de las víctimas si se utilizan, únicamente, los protocolos habituales que suelen practicar los forenses. No deja rastro alguno, —afirmó categórica Ana.
—¿Me puedes deletrear los componentes de la mezcla? —reclamó Marcial dirigiéndose a Ana y agitando en el aire un bolígrafo listo para tomar nota.
Unas semanas después de la reunión celebrada en el apartamento de Marcial, Ana fallecía en extrañas circunstancias y su muerte se asoció a un raro e Inexplicable episodio de fallo circulatorio, achacable a causas naturales, pero el día dispuesto para proceder a la incineración del cadáver, en el Hospital Quirón se recibió un anónimo dando cuenta de que la muerte de la doctora se debía a la intoxicación producida por 4 sustancias asociadas cuyo nombre se reflejaba en el comunicado.
La dirección del hospital actuó de inmediato.
La incineración fué suspendida y se practicó una autopsia alternativa que confirmó el pronóstico aportado por el mensaje anónimo recibido
De inmediato, se iniciaron las investigaciones pertinentes y después de interrogar al círculo de amistades próximas a la finada, se procedió a la detención de Marcial, qué paso a disposición judicial y fue condenado a una pena de 14 años de prisión como autor material del macabro asesinato de la doctora.
Todos nos quedamos de piedra.
No nos lo podíamos creer.
Después del suceso, cuando celebrábamos alguna reunión, la conversación giraba invariablemente sobre el mismo tema y nos comportábamos como suelen hacer los economistas después del final de una crisis. A posteriori, todos habíamos percibido algo extraño en el comportamiento de Marcial. A toro pasado, claro está.
Ya han transcurrido más de seis años desde que Marcial ingresó en prisión y mañana he decidido hacerle una visita.
Necesito una explicación, aunque nada puede explicar un hecho así.
Le voy a exigir que me mire a los ojos y me diga porque lo ha hecho: Por que ha asesinado a nuestra querida y admirada amiga, la doctora Ana.
Llegué puntual a la cita.
Después de superar los trámites de ingreso: cacheo, presentar el permiso de visita y los documentos de identificación; tomé asiento en una repleta sala de espera dónde todos nos mirábamos con recelo y de reojo, intentando demostrar que estamos allí por pura casualidad, como si el asunto no fuera con nosotros. Nosotros, decían nuestras miradas, somos los buenos, los decentes. La basura está de puertas hacia dentro.
Me estremecí al escuchar al altavoz pronunciar mi nombre y ordenar que me dirija, a través de la puerta D, al locutorio número 22.
Cuando alcancé el locutorio, él ya me estaba esperando sentado y observé como movía nerviosamente sus manos.
—Gracias por venir a verme —me dijo Marcial a modo de saludo.
—No me des las gracias —le espeté con mal talante— estoy aquí, únicamente, porque necesito respuestas. Quiero saber porque lo hiciste —reclamé sin más preámbulos.
—Yo no maté a Ana, puedes creerme— afirmó implorante y encerrándome dentro de su dura mirada—. Yo intenté matar a Rosa, no lo niego, pero lo de Ana no lo he hecho yo ¡te lo juro!
La cabeza me daba vueltas
¿Me estaba diciendo que también había intentado matar a Rosa?
—¡Un monstruo! eres un auténtico monstruo —grité, lo que motivó que el guarda del locutorio me observará con curiosidad.
—Yo no he matado a nadie —se desgañitó Marcial moviendo sus brazos como aspas de molino.
—Explicate —le exigí incrédulo.
—Escucha con atención y después, si lo deseas, puedes juzgarme —abrevió Marcial dando muestras de una incipiente serenidad que estimuló mi curiosidad al descubrir que no me estaba mintiendo, ya que de todos era conocido que cuando Marcial mentía, lo cual ocurría a menudo, su labio inferior lo delataba exhibiendo minúsculas vibraciones y temblores.
—Pasa Rosa —Marcial la animó a acceder a su despacho ofreciéndole una amable sonrisa.
—Hola Marcial, deberíamos hablar del asunto Pintor. Es un cliente muy importante y estamos teniendo dificultades con esa cuenta. —dijo Rosa mientras permanecía de pie frente a él sin tomar asiento.
—¿Qué te parece si al salir tomamos una copa y comentamos el asunto? —invito Marcial a su socia
Cada uno de ellos poseía el 50% de las acciones del despacho
—De acuerdo —aceptó ella con un gesto de coquetería
Sentados frente a frente en la cafetería, abordaron los problemas del cliente y en un descuido, Marcial vertió el sobre, con la mezcla de los cuatro componentes que había comentado su amiga la doctora Ana, en la Copa del Martini qué Rosa estaba consumiendo.
Ana se la bebió entera sin pestañear
Siguieron con una animada charla y una hora después se despidieron tan amigos.
—Yo sabía que el efecto del cóctel era mortal, pero tardaba bastante tiempo en iniciar sus efectos —comentó pensativo Marcial mientras yo escuchaba en silencio— así que, supuse que la muy puta, ladrona y estafadora, tenía las horas contadas.
De un golpe me deshacía de ella y adquiría la propiedad del cien por cien de nuestro negocio.
A la mañana siguiente no acudió al despacho y en solitario, brindé con una copa de champán que había preparado para la ocasión. Planeaba denunciar su desaparición una vez transcurridos 3 días sin acudir al trabajo.
Apareció al segundo día.
Rosa se presentó en mi despacho; entró sin llamar y, al instante, a mi cabeza la capturó un vendaval que a punto estuvo de derribarme del asiento.
—Ana ha muerto —creí oír que decía mientras me esforzaba por disimular una náusea que pugnaba por explotar dentro de mi pecho. — ha muerto esta mañana. ¡ha sido horrible! balbuceo sin poder contener un sollozo que, a borbotones, brotó de su rostro desencajado.
—¡Jamás lo pude entender! — meditó pensativo y en voz alta Marcial—. yo enveneno a Rosa la arpía y la que se muere es la doctora Ana. Y ya conoces el resto de la historia —comentó resignado Marcial— me cargaron con el muerto y aquí me tienes pudriéndome en esta pocilga.
Marcial conoce el resto de esta historia, pero ustedes, lectores, no la conocen, así que voy a contársela.
Rosa se despertó sobresaltada. Le dolía la cabeza y se sentía débil y mareada.
A las 3 de la madrugada comenzaron los vómitos y a continuación llegaron los espasmos.
Se alarmó.
Se alarmó, y a pesar de la hora intempestiva, llamó a su amiga Ana.
—No te preocupes, estoy ahí en 20 minutos —la tranquilizó Ana.
Cuando Ana llegó al apartamento de Rosa, se encontró con un panorama desolador e inesperado. Los síntomas eran inequívocos y dedujo que Rosa había sido envenenada utilizando la fórmula que ella había pregonado irresponsablemente.
El sospechoso era sin duda alguna, Marcial —concluyó Ana—. Recordó que él había tomado nota del preparado y eran conocidas las tensas relaciones que existían entre los dos socios.
Había tiempo. Tenía que trasladar a Rosa a su casa. allí tenía el antídoto y todo se quedaría en un buen susto.
—Rápido vístete, coge tus cosas que nos vamos a mi casa. Allí tengo medicamentos que harán desaparecer ese malestar que experimentas en unos pocos minutos. —la tranquilizo Ana sin dejar traslucir la gravedad de la situación
Una vez en el apartamento, le suministró el antídoto y cuando Rosa, después de transcurridas varias horas, se recuperó de las convulsiones, Ana le contó con todo detalle la gravedad de lo ocurrido y le confesó que sus sospechas se centraban en Marcial
—Ten mucho cuidado, — la previno.
En aquel preciso momento, Rosa comenzó a planificar su venganza
En secreto, también ella había adquirido, ya hacía tiempo, una dosis de la combinación química letal. Disfrutaba de una excelente memoria y en aquella reunión de amigos, había copiado mentalmente la combinación que Ana les había anunciado.
Esta era exactamente la ocasión que tanto tiempo había estado esperando para deshacerse de su socio y adjudicarse la totalidad del negocio de ambos.
A pesar de intentarlo obstinadamente, nunca se le había presentado la ocasión idónea para envenenar a Marcial, pero ahora tenía ante ella la solución definitiva y no iba a pensárselo dos veces.
Al día siguiente se presentó en el apartamento de Ana sin previo aviso.
—Necesito hablar de lo ocurrido, Ana. Tengo miedo. Creo que deberíamos denunciar el caso— propuso Rosa con una entonación de voz misteriosa.
—No creo que sea lo más conveniente. —replicó Ana. — podíamos vernos inmersos en un torbellino indagatorio del que todos saldríamos perjudicados. Vamos a tomar una copa y a serenarnos.
Mientras discutían sobre las hipotéticas ventajas de guardar silencio y en un descuido de Ana, Rosa vertió el contenido venenoso del sobre en el vaso de la doctora y con un movimiento felino, utilizando una cuerda que traía preparada, la amarró a la silla en que Ana se hallaba sentada.
—¡Qué haces! ¿Te has vuelto loca? —grito Ana desconcertada y despavorida.
No pudo decir nada más. Rosa extrajo de su bolso un rollo de cinta americana y con un rápido movimiento le selló la boca, se sirvió otra copa e impaciente, esperó impávida, durante horas, hasta que Ana entró en parada cardiorrespiratoria.
—¡Bien hecho! —se dijo satisfecha a sí misma. La mosquita muerta se lo tenía bien merecido. Había preferido guardar silencio y no denunciar mi envenenamiento, a pesar del riesgo que ello suponía para mí, y todo ello por no verse implicada de rebote en el asunto.
Ahora cumple su misión. No cabe duda alguna de qué con los antecedentes que obran en mi poder, Marcial será declarado culpable del asesinato y pasará largos años a la sombra en un penal.
Cuando finalizó la visita y salí del edificio de la prisión, una inquietud creciente se apoderó de mí.
Marcial era un canalla, pero era inocente de la acusación vertida contra él.
Conocía al inspector Buenafuente y le llamé para decirle que tenía un asunto de capital importancia para él.
—¡Vaya, vaya! —rumió pensativo el inspector Buenafuente mientras aspiraba con parsimonia el humo de su cigarrillo—. al parecer, Marcial envenenó a la señorita Rosa y sin embargo, resultó que la muerta fué la doctora Ana.
—¡Interesante!. —afirmó el inspector, reafirmando su criterio con movimientos afirmativos de cabeza-
—Para mí está claro como el agua —afirmó rotundo Buenafuente mientras me interrogaba con la mirada.
—Tú dirás. — lancé la exclamación al aire invitándolo a continuar.
-¿No lo pillas? —me interrogó arqueando una ceja.
—pues no, no lo pillo —le contesté
—¡Elemental! —Chasqueó la lengua, se encogió de hombros y transcurrido un corto periodo, se dispuso a iluminarme
—Si la primera envenenada fué, como parece ser el caso, la señorita Rosa y está no falleció en el trance, la única persona capaz de evitar esa muerte segura era su amiga, la doctora Ana.
Pero, sigamos adelante— continuó diciendo el inspector.
—Si a pesar haber sido víctima de un envenenamiento mortal, Rosa no presentó denuncia alguna, se debió exclusivamente a que planeaba asesinar a su amiga, con el único objetivo de implicar a Marcial en el crimen. Seria declarado culpable del crimen e ira a prisión por una larga temporada.
Ella tomaría el control del 100% del negocio qué ambos socios compartían.
Rosa y Marcial se encontraron en la entrada de la prisión caminando en direcciones opuestas.
Al cruzarse, Marcial le regaló una frase que Rosa no pudo olvidar durante los 14 años que pasó en la prisión.
—No habrías muerto, socia. En la mezcla, solamente utilice tres componentes, de los cuatro necesarios. Únicamente pretendía darte un buen susto —le dijo con un aire casi festivo e impropio de un lugar como aquel.
Me desperté esta mañana con la cabeza enmarañada después de haber pasado media noche fabulando en sueños esta truculenta historia que les acabo de contar.
La noche anterior fue aún peor.
Últimamente mis sueños me procuran unas compañías nocturnas que no se las deseo ni a mí peor enemigo.
La noche anterior, soñé que me había enamorado de una belleza de unos 30 años que, por alguna extraña y desconocida razón que yo no lograba comprender, me correspondía locamente.
Todo era un festival amoroso hasta que Lucía, así se llamaba la amorosa, desapareció un buen día de mi vida, y no volví a saber nada de ella hasta dos meses después, cuando, dando muestras de alegría, me llamó desde una isla caribeña y me informó con desparpajo que me quería con pasión, pero había conocido a un bombero de la Comunidad de Madrid y no había reunido el valor suficiente para decirle que no
Hoy, estoy temiendo irme a la cama. Ni en sueños deseo quedarme dormido